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Cuentos cortos para no morir de frío


- Ella quería hacer un picnic aunque el barco esté naufragando. No le importaba el remezón de las olas. Quería perder los estribos y romper las copas de vino, escuchar a Bach al vaivén del mar, sentir sus besos y lamer su cuerpo salado mientras sube el nivel del agua. Estaba dispuesta a morir ahogada pero entre sus brazos y quién sabe; hasta a aprender a fumar con la escafandra puesta. Total, luego de la pequeña muerte sus cuerpos flotan en el océano, sonreídos, pletóricos, luminosos como siempre. Y un silencio agudo muy parecido a la paz llegaría al amanecer cuando cese la tormenta.

 

 

- Hace mil cuatrocientos cuarenta días ellos se amaron con un fuego incalculable. Al amanecer, sus sonrisas se salían de sus labios. Hoy, al recordarlo, todavía se puede encender una solitaria fogata abrazadora.
 

 

I

Ella, escucha Bach mientras pone en una olla gigante a hervir agua. Sale al patio de su casa y pidiendo permiso a la planta, toma abundantes ramas verdosas de olor agradable. El agua burbujea y ella hecha esas ramas en el agua. Todo se colorea de un café clarito. El ambiente huele bien: a fresco, a dulce, a paz. Mientras el agua se entibia, ella enciende velas de color naranja en el baño. Se desviste, caen sus ropas al piso y con una pequeña jarra, poco a poco, se lava con la magia de esa agua. Rosmarinus officinalis de florecitas violetas. Ella por un instante cierra los ojos y al abrirlos encuentra en frente suyo a un hombre desnudo. Tiene los ojos cafés claros como el agua, su piel es blanca y su sonrisa picarona. Ella  le devuelve una risita y le hecha el agua caliente de pies a cabeza. Se besan y se abrazan mientras los espejos del baño se empañan. Luego, ella pestañea y él ha desaparecido.

- ¡No te vayas. Dime siquiera tu nombre!

- Rosmarinus

Sólo se escucha una voz de tono grave. Ella se coloca la mano en su entrepierna y está húmeda. Esperará otro día, otro baño, tal vez; para volver a encontrarlo. Suspira y mientras se viste murmura:

- Rosmarinus... Rosmarinus... Rosmarinus officinalis.

 


II

En la mañana percibe un aroma entre sus sábanas, es como el rocío que viene del mar. Ella sueña en flores violetas azuladas  que la inundan en las playas del Mediterráneo. Sueña que es  una abeja y chupa de la miel de esas flores. En la noche, él se le asoma entre sueños.

- ¿Quién eres?

- Soy un peregrino.

- ¿Me das un masaje?

Sus manos tienen propiedades calmantes y relajantes. Ella despierta divinamente calmada. Al abrir los ojos, él ya no está. Ella sigue sintiendo su presencia durante todo el día. Lo que  no sabe, y ni siquiera imagina, es que ese arbusto de mediana estatura que tiene en el patio trasero de su casa, por las noches se convierte en ese hombre. ¡Sí, ese hombre que viene de sorpresa a darle calor entre sus sábanas, que con su aroma y perfecta tibieza lo deja todo color violeta azulado, azul violentado y sagrado!

 

III

Ella se levanta temprano, contenta toma un puñado de esa hierba de arbusto oloroso, la limpia  y la corta,  mientras tararea una canción inventada. Introduce  todo  en una botella de vidrio, añade un vaso de vino blanco, y lo deja en maceración durante una noche de luna creciente. Mientras pasan las horas, ella sale a correr, regresa sudadita, se baña, lee algún cuento. Ha transcurrido ya un buen tiempo, tiempo en el que extrañar moja las sábanas. Ella, cuidadosa, cuela el líquido  en otra botella de vidrio. Toma este vino de romero por la mañana y por la noche. Siente estrellas en el estómago, frecuencias agudas que le suben por la espina dorsal. Sus ojos se tornan en blanco. Por un momento no piensa en nada y todo es azul violáceo. Por un momento reina un estado orgásmico. Por un momento todo es eterno, sublime y completo.

 

IV

Ella, desde la ventana de su habitación, observa el arbusto del patio de su casa con inquietante y dulce perversidad. Ella solamente lleva puesta una camisa blanca transparente. En el ambiente suena  Hendrix con "Foxey lady". Ella se humedece al ver que sus flores son muy delicadas, de un color entre blanco, lila y azul. Le llama poderosamente la atención que esta planta florece cuando “quiere”. Tiene una hermosa libertad que a ella le inquieta, le paran los pezones y le alegra el día. Ha visto sus flores en pleno verano y en pleno invierno, pasando por supuesto por las estaciones intermedias. Es como que un manto de mujer caliente, un hálito de vapor ternura, abraza  al arbusto por y éste... florece. Florece sin avisar, florece por que se le antoja, cuando le da la gana y eso le sorprende siempre. Tal vez, eso sea lo mantiene esa extraña relación entre ella y su arbusto preferido.



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Diana Borja
(Quito -1976). Conocida como: “La borjita”, mujer de mala paga. Lo suyo es puro teatro, ficción urbana. Mujer sarcástica, monologuista escénica que se pregunta en Bárbara Babilón: “Si es posible amar en esta ciudad de mierda” y se responde en Débora el fin: “Nadie ha muerto, el tiempo es útil todavía”. Huyó a Buenos Aires a estudiar Dramaturgia, para morir de ficción ante tanta realidad y ahora juega a escribir cuentos cortos en este Kito, capital del karaoke y la cerveza.

https://www.facebook.com/desmontajedramaturgicokito/

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